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Los Guardianes del Buen Viaje

por Jorge Martinez

Captura de pantalla 2016-02-23 a las 11.05.09 p.m.

UN PASADO MÁGICO.

Las raíces de nuestra historia se remontan a un pasado mágico, en donde las cosas no eran como las conocemos ahora. El agua cubría la mayor parte de la Tierra en un océano calmo e infinito, y el viento estaba atrapado en el letargo del sueño divino. Solamente una isla existía en ese inhóspito lugar. Ahí moraban nueve esencias destinadas a habitar el mundo, cobijadas por la luz de la Luna y por el calor celestial del primer Sol que fue creado.

Aztlán, nombre de ese sagrado lugar, se erigía sobre una columna central y el resto de su extensión descasaba en cuatro pilares dispuestos de acuerdo con los puntos cardinales. Cada esencia que allí moraba residía en uno de esos lados y al centro se encontraba el Dios Venado, guardián soberano de ese rumbo.

Las fuerzas creadoras habían revelado al Venado la necesidad de poblar la Tierra, pero tal tarea no podía realizarse sin la unión de las esencias que rondaban Aztlán. De esa manera, el Venado se dispuso reunirlas y buscar la manera de fusionarse para lograr esparcir su simiente sobre aquel estéril lugar, por lo que se dirigió al suroeste en compañía de su fiel mensajero, el Colibrí, a cumplir la divina encomienda. En aquel lado vivía la Ballena.

Una vez explicada la encomienda, la Ballena y el Venado fueron al sur y al sureste, en donde hallaron al Cóndor y al Jaguar. El Cóndor respetaba y valoraba al Venado por su entereza y disciplina, y resolvió acompañarlos. Otro tanto hizo el misterioso Jaguar, felino dotado de valor y fuerza. Todos los animales, subidos en la Ballena, viajaron al este, hogar del Escarabajo diurno, quien nunca se despegaba del borde terrestre pues intentaba estar cerca de su padre, el Sol. El Venado lo saludó afectuosamente, pero el Escarabajo, empeñado sólo en volar para estar cerca de ese astro, no estaba dispuesto a acompañarlos.

Dado que el tiempo corría y la labor era urgente, el Venado y sus acompañantes continuaron hacia el noreste, lugar donde el Búho moraba. Este nocturno animal accedió a cumplir la solicitud del Venado a cambio de poder poblar la zona del este en un futuro. Llegaron al norte, hogar del poderoso Oso negro, conocido por su mal temperamento. Al acercarse, el Venado notó que el Oso dormía, por lo que se aprestó a despertarlo, aunque sin éxito. La noche llegaba y no podían perder más tiempo, de modo que entre todos los animales cargaron al peludo animal sobre el lomo de la ballena y acordaron que, más tarde, cuando despertara, le explicarían la situación.

Antes de llegar al noroeste, el Venado envió al Colibrí a informar al Lobo que debían reunirse en el oeste para buscar a la última de las esencias: el Sapo anciano. Así, al llegar a los pantanos del oeste, el Venado les pidió buscar al viscoso animal en aquella zona, sin darse cuenta que el Sapo se hallaba justo frente a ellos, camuflado. Al saludarlos el Sapo, los animales se sorprendieron y dieron un brinco tal que el Oso comenzó a despertar. Para evitar contratiempos, el Venado pidió al Sapo un poco de su esencia mágica para calmar al Oso.

En efecto, al incorporarse, éste se mostró muy amigable y cooperativo con la tarea. Cuando el Venado comenzó a hablar para explicar su encomienda, el Sapo lo interrumpió, arguyendo que ya la conocía y que estaba esperándolos, pues sabía y que la respuesta al poblamiento del mundo residía más allá de las nubes, en el hogar de los dioses. ¿Qué procedía, entonces? Ir todos a la Luna en busca de una pequeña semilla para dar alimento y energía a los seres terrestres.

Los nueve animales se preguntaron cómo podrían alcanzar el blanco rostro lunar. El Cóndor sugirió que los animales no voladores se tomaran de una pata, garra o pezuña, según fuera el caso, y que él volaría arrastrándolos hasta alcanzar su lejano objetivo.

VUELO A LA LUNA

El Venado fue el primero en asirse de la pata del Cóndor; a continuación, la Ballena tomó la del Venado y de las aletas de ésta se aferraron el Jaguar, el Oso, el Lobo y el Sapo. De un solo impulso, el Cóndor alzó el vuelo, tirando de todos, mientras el Búho y el Colibrí los acompañaban por los aires con sus propias alas, dirigidos todos hacia la bella Luna plateada.

Al alcanzar cierta altura, los animales comenzaron a escuchar un zumbido que se tornaba más y más fuerte. El Búho y el Colibrí volvieron la cabeza y vieron con alegría que el Escarabajo había cambiado de opinión y los acompañaría en su travesía lunar. Suponía que desde allí alcanzaría al Sol más fácilmente. Todo el grupo de esencias animales viajaba velozmente hacia su destino pero, al ver que la Tierra se empequeñecía, el Cóndor sintió el peso del cansancio y temió no poder cumplir cabalmente con su misión. Solicitó ayuda a los animales voladores para hacer frente al enorme peso de los otros, pero éstos, más pequeños y frágiles, no pudieron resistirlo y de pronto todos comenzaron a caer.

Los animales gritaban y pataleaban, presas de pánico, mientras se precipitaban hacia la Tierra, cuando, repentinamente, sintieron que un cuero rugoso y duro amortiguaba el descenso, y no sólo eso, sino que los ayudaba a recuperar altura. El enorme Dragón celestial, guardián de la puerta del mundo divino, conocía al sabio Venado y, al verlo en problemas, había decidido salvarlo, junto con todos sus amigos. Al mismo tiempo que los sostenía sobre su lomo, el Dragón les advirtió que no podía dejarlos pasar, ya que esa dimensión estaba reservada sólo a las esencias etéreas, sin cuerpo. El Venado se postró para agradecer a la ayuda recibida, y le explicó el motivo de su viaje. El Dragón le indicó que la única manera de llegar a su destino era desprendiendo la esencia de sus cuerpos, lo cual implicaba dejarlos caer sin vida hasta la Tierra. Él retendría sus esencias para que permanecieran en la zona divina.

Por un momento, el grupo se mostró temeroso, pero el Venado les habló firmemente. Recordó que su empresa era una orden de las mismas fuerzas que los habían creado y, por ello, era su obligación cumplirla a cualquier costo. Mientras todos reflexionaban su decisión, el Jaguar se lanzó decididamente hacia la Tierra, a la vez que pedía al Dragón que guardase su esencia. Al caer en la isla, se escuchó un ruido muy fuerte y su cuerpo quedó sin vida. En ese momento, la esencia del felino apareció al lado de todos, como un destello de luz con sus colores, y todos los animales se arrojaron al vacío, siguiendo el ejemplo del valiente animal.

Las nueve esencias se reagruparon en torno del Dragón, y éste les indicó la entrada hacia el mundo espiritual. Ellas le pidieron que las acompañase, pero el guardián explicó que, por su naturaleza, no podía residir ni en la Tierra ni en la dimensión etérea, pero los vigilaría y cuidaría en su recorrido. Los espíritus animales le agradecieron una vez más y continuaron su camino, flotando velozmente hacia la Luna, que se apreciaba cada vez más cercana.

El grupo llegó al astro blanco y el Venado fue el primero en tocar su superficie, sorprendido por la suavidad de la caída, ya que aún no se acostumbraba a la falta de cuerpo. Tan pronto todos hubieron alunizado, comenzaron a buscar la semilla. El Sapo había recomendado buscarla en el lado oscuro de la Luna, y hacia allá se dirigieron. Al llegar, llamó su atención un cráter muy profundo y, al asomarse, vieron que llegaba hasta el centro del disco plateado. Justamente allí se encontraba una bella semilla, pequeña y brillante. Todos intentaron tomarla pero, al no tener cuerpo, ninguno podía asirla entre sus dedos.

LA VOCACIÓN DEL COLIBRÍ

Los animales comenzaron a sentir desesperación por no poder transportar la semilla que portaba el misterio del retorno a casa, y algunos lamentaban la decisión de abandonar sus cuerpos. En ese momento, el Venado observó que el Colibrí no había cambiado de forma y era capaz de volar entre lo etéreo y lo material.

El pequeño Colibrí no perdió tiempo y tomó la semilla con su pico, voló de un lado a otro demostrando que realmente podía llevarla. Después de recibir el permiso del Venado, se dirigió a toda prisa hacia Aztlán, con la encomienda de plantarla en el centro de aquella tierra.

El grupo de animales liderados por el gran Venado, vio volar a la pequeña ave como un rayo de luz que se alejaba rápidamente y concentraron sus esencias para apoyarla. Este emotivo acto de solidaridad conmovió incluso al soberbio Dragón, quien no solamente le permitió el paso, sino que, además, dirigió su esencia misma para ayudarle a retornar a la Tierra. Los animales hicieron brillar el paso del Colibrí que, como una flecha incandescente, viajaba por el espacio.

La impresionante caída del ave con la semilla sagrada fue como la de un meteorito. Con tal potencia impactó la superficie, que el golpe le permitió llegar hasta el centro de la Tierra, donde se unen el mundo de la oscuridad y el mundo de la luz. El Colibrí depositó su cargamento en el centro mismo del fuego y el agua, por lo que la semilla cobró vida de manera inmediata. De ella comenzó a brotar un germen que se desarrollaba rápidamente, crecía y extendía sus raíces justo al interior de esa fértil tierra que lo abrazaba. El Colibrí, aún desorientado por la experiencia lunar, por intuición aprovechó la gran fuerza con que la planta mágica crecía hacia la superficie para, al abrirse las capas de la tierra por su efecto, salir del hoyo volando velozmente.

COMIENZA LA VIDA

La vida había comenzado en Aztlán, y la planta creció hasta cubrir toda la isla. Era un precioso Agave de trece brazos y piel color jade. Los animales contemplaban desde arriba lo que en la Tierra sucedía, y bailaban gozosos de saber que pronto podrían retornar a casa, pero el Sapo no parecía tan optimista, y el Venado le preguntó sobre su inquietud. Éste respondió dirigiéndose a todos los animales. Dijo que la vida lleva un proceso de maduración, por lo que no podrían retornar a casa hasta que el Agave estuviera preparado.

El grupo lunar quedó pensativo, momento en el cual la Ballena tuvo un plan: ya que resaltaba por su gran volumen, bastaba dejarse caer para regresar a Tierra. Al momento de intentarlo, su esencia se desprendió de la superficie lunar y comenzó a flotar en círculos, sin llegar a ningún buen resultado; los animales habían perdido su cuerpo y no poseían el peso suficiente para regresar. El Cóndor intentó alzar el vuelo pero, una vez más, se impuso un movimiento en círculos, cosa que frustró enormemente a la majestuosa ave. El Venado los exhortó a preservar sus energías, los esperaba un largo tiempo en aquel astro.

En tanto, el Colibrí observaba atentamente al Agave que había crecido frente a sus ojos. Volaba a uno y otro lado de la planta intentando descifrar el misterio que pudiera traer de vuelta a la Tierra las esencias de sus amigos. Sin embargo, nada encontraba. Era extraño ver esa planta viva en tan desolador paisaje. Dado que no había otros seres vivos alrededor, el Agave tomó todos los recursos que necesitaba para su desarrollo: bebía el agua que allí corría libremente, respiraba el aire que era estático y obtenía del Sol y la tierra la energía para vivir.

Los días pasaban y el Agave se sentía contento, pero algo le faltaba. Todas las noches, cuando la Luna se asomaba, sentía una enorme melancolía y la necesidad de regresar a la luz de su origen; pero las cosas habían cambiado y él ahora tenía vida, por lo que no podría reunirse con su plateada madre. El Colibrí continuaba buscando la manera de hacer retornar del cielo a su amo y a sus amigos, y resolvió volar muy alto de nuevo, para consultar al poderoso Dragón.

Indicó al Colibrí que solamente un puente entre la Tierra y la Luna podría permitir a las esencias regresar, aunque ello parecía imposible, ya que nada había en el mundo que pudiera unir ambas dimensiones.

Al volver a Aztlán, el Colibrí notó que el Agave estaba llorando. Gruesas y densas lágrimas brotaban de su centro, y corrían hasta desparramarse en el suelo. La pequeña ave preguntó qué sucedía y el Agave le contestó que se sentía solo en aquel nuevo lugar. El Colibrí contó a la planta que antes, en ese mismo sitio, vivían nueve animales, pero que los dioses los enviaron a buscar una semilla, justo la semilla de la que él, el Agave, había brotado, y ahora ocho de los nueve se encontraban en la Luna, desprovistos de sus cuerpos físicos. Al escuchar esa historia, el Agave sintió un poderoso impulso que lo atraía hacia tales esencias.

VOLVER A LA LUNA

La idea de volver a la Luna en su condición de semilla no cesó de inquietar al Agave. Día a día odiaba más su nueva condición de ser viviente. Una cálida noche, no resistió más y pidió a los dioses, con enorme ahínco, que le quitaran la vida que había recibido para poder partir a su querida Luna. Al momento de externar sus pensamientos, el Agave comenzó a sentir mucho calor desde el interior de su centro. Entendió que algo estaba cambiando en él de manera drástica, jalando su cuerpo hacia el cielo. Sí, como buscaba su esencia etérea para poder volar también hacia el terreno que conoció toda su vida como semilla, era preciso sacrificarse.

Justo antes del amanecer, el Agave, exhausto de la experiencia sensorial que estaba viviendo, de repente dio una súbita exhalación: de su centro brotó una hermosa flor multicolor de ocho pétalos… que se elevaba más y más, buscando alcanzar los dominios celestiales. El Colibrí comprendió que aquél era el momento para que las esencias originales regresaran. Voló a la par de la flor, que crecía en segundos, elevada por un quiote que nacía en el centro mismo de la planta agonizante.

Las esencias animales que permanecían en la Luna habían visto ya una veintena de veces a la Tierra rondar el Sol. Veinticinco, tal vez más… Pero el Venado nunca perdía la esperanza y era el único que se había mantenido vigilante todo ese tiempo. El pequeño Sapo lo acompañaba en sus noches en vela. Ambos notaron que aquélla era especial. Observaron un pequeño punto que parecía dirigirse hacia ellos, proveniente del planeta que tanto habían celado. Las demás esencias se hallaban sumidas en un letargo que les permitía recordar sus vidas en la Tierra. Todo era óptimo: era el momento de volver. Sapo y Venado saltaron de sus posiciones y fueron a despertar a los otros para informarles lo que sucedía. Primero se levantaron el Búho y el Jaguar, posteriormente la Ballena, el Escarabajo y el Cóndor y, finalmente, el Lobo y el Oso.

El Venado señaló hacia la Tierra. El pequeño punto se distinguía ya como una flor, avanzando a una velocidad impresionante. Al lado de ella iba el Colibrí, quien debió asirse de uno de los pétalos para pasar la barrera del mundo divino. Toda la escena era contemplada por el Dragón, quien, a pesar de sentir una profunda simpatía hacia los animales y su misión, debía velar porque el equilibrio entre el mundo material y el espiritual se mantuviera intacto.

De esa manera, el fuerte y rugoso quiote alcanzó la superficie de la Luna, llevando consigo la bella flor de ocho puntas y al Colibrí, el cual agitó sus alas velozmente por el gran gusto de ver a su querido amo. El Venado también se regocijó al verlo y le pidió que contara lo que había sucedido. Mientras el Colibrí detallaba su relato, el Agave dejó caer, justo en el centro del astro, una semilla idéntica a la que le había dado la vida. Ese día, el Agave juró a su amada Luna que viviría en la Tierra venerándola, como era su destino.

LA CASA DE LA LUNA

Al finalizar su historia, el Colibrí urgió a los animales a descender por el quiote del Agave, quien ya había logrado su encomienda de ofrendar su semilla a la casa de la Luna y que deseaba ayudar a los animales a volver para tener algo de compañía. El Venado indicó a los animales más grandes que descendieran primero, y así lo hizo la Ballena, seguida del Oso. Al momento de asirse del quiote, éste absorbió la esencia de ambos animales y los transportó directamente hacia sus raíces. Todos los animales quedaron sorprendidos. El Sapo explicó que solamente al introducirse en la planta viva, ellos podrían recuperar sus cuerpos.

El Lobo y el Cóndor fueron los siguientes seleccionados por el Venado para continuar con el descenso. Ambos animales tomaron el quiote y, de igual manera, aparecieron con sus formas corpóreas en las raíces del bello Agave. El Jaguar y el Búho eran los siguientes en ir, pero el Jaguar prefirió quedarse para ayudar, así que el Búho y el Sapo descendieron por el puente de vida que se había tendido. El Escarabajo indicó que él se encontraba mejor en ese sitio, ya que podía contemplar al Sol de forma directa, pero el Venado le dijo que ése no era el lugar al que pertenecía, por lo que debía acompañarlos. El Escarabajo se negó e intentó escapar, pero el Venado y el Jaguar se lo impidieron. El Venado tomó al Escarabajo y al Jaguar y se agarró del quiote con tanta fuerza y rapidez, que rompió la punta, dejando la flor a la deriva en el espacio.

Los animales habían descendido hasta la isla de su origen y el Dragón estaba complacido, por lo que ayudó al Colibrí a retornar mediante su vuelo etéreo; tomó también la flor del Agave para protegerla en el firmamento, y envió una parte de su esencia a través del puente vegetal para acompañarlos y poder tener injerencia en la vida terrestre. La bella flor del quiote continúa presente en el cielo hasta nuestros días, iluminando el firmamento.

Jorge Martínez

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