por Miguel Calderon
Fotografía por IG:martin_buen_viaje
Para agarrar hay que soltar
Cuántas veces nos han hablado los expertos de la importancia de soltar aquello que no nos beneficia y sin embargo en la primera complicación nos aferramos a la situación como si nuestra vida dependiera de ello.
Yo fui víctima del «no soltar», a tal grado que llegué a enfermar físicamente. Puse todo mi empeño en controlar lo incontrolable, todo aquello que estaba fuera de mi. Y fue extremadamente doloroso.
Isla Blanca es uno de esos lugares en los que te sientes abrazado desde el primer instante. Visualmente es deslumbrante: una laguna cristalina y tibia que no rebasa la altura de las rodillas. Flamingos y pelícanos que buscan su alimento entre pececillos, cangrejos y hasta caballitos de mar, dibujando entre colores este espectacular ecosistema. Y por si fuera poco, del lado opuesto, a unos 20 metros de dunas de arena fina y blanca, se encuentra el mar abierto. Un mar salvaje que golpea sin tregua para recordarte su magnificencia con su único en el mundo y exclusivo degradado perfecto del turquesa al azul marino.
En este lugar tuve la oportunidad de practicar un exótico deporte, llamado kitesurf, definitivamente no apto para alguien como yo, de más de 40, en la edad del «peligroso confort» en la que asumes que en la vida es mejor lo ya conocido que «quien sabe qué por conocer» y que además nunca había practicado.
Con poco que perder (salvo algunos huesos rotos, pensé) inicié mis primeras lecciones de la mano de un buen entrenador, hoy buen amigo.
Y he aquí el porqué de la introducción de este texto.
Lo primero y más importante: «si pierdes el control del Kite hay que soltarlo», fueron las palabras precisas que anticiparon mis siguientes diez caídas, que en mi instinto de supervivencia, soltar fue lo que menos hice, y por el contrario, me aferraba lo más posible a la barra de «control». Y ahí voy, arrastrado por el implacable Kite, que por su maravillosa ingeniería simplemente sigue al viento mientras uno lo mantenga sujeto.
Me explico mejor: el Kite o papalote para surf funciona a través de un sistema de cuerdas que es controlado por una pequeña barra, muy similar al papalote tradicional. Una vez que se encuentra la posición exacta contra el viento, el Kite vuela con una potencia tremenda y lo único que tiene que hacer quien desea practicar este deporte es mover la barra de izquierda a derecha para dar dirección y de arriba a abajo para dar potencia. Y es en este arriba-abajo que cuando uno se aferra al Kite, en lugar de controlarlo se le da cada vez más potencia. De ahí viene la primera instrucción «si pierdes el control el Kite hay que soltarlo».
Cuando pude por fin entender este mecanismo de soltar en lugar de agarrar pasó algo maravilloso. El Kite lejos de arrastrarme sin piedad, se plegaba y caía al agua suavemente. Eso me permitía poner de pie y ahora sí, en total control de mi cuerpo volver a mover los hilos para remontar una vez más mi hermoso Kite y fluir con él y con el viento en una total sintonía.
Y aquí llegó mi «Eureka» al entender muchas cosas que venía haciendo mal, con los puños apretados, vapuleado por las circunstancias incontrolables de la vida. Y empecé a soltar, un poco por vez. Y el milagro sucedió. Me fui sintiendo mejor, más relajado, más en «control» de lo único controlable por mi: yo mismo.
Cada cosa que fui soltando fue cediendo de manera suave y perdió ese poder que tenía sobre mi. Me sentí con un bienestar difícil de explicar, con una calma que se impregnaba en mi después de mucho tiempo de estar agarrado a un sin fin de problemas.
Mejor aún, nuevas situaciones vinieron a mi, imposibles de recibir teniendo ocupadas las manos en no soltar. Para agarrar hay que soltar…
Hoy sigo aprendiendo el arte del Kite. Cada vez que puedo me escapo a Isla Blanca para vivir la maravillosa experiencia del lugar y el deporte. Mis caídas siguen por razones distintas a la de no soltar (puedo con eso), pero si por algún motivo olvido hacerlo, el implacable Kite me vuelve a recordar con una espectacular caída su eterna enseñanza.
Fotografía por IG:martin_buen_viaje
Fotografia por IG:martin_buen_viaje