Hace un par de años que siento una conexión especial con los sitios sagrados, pero entrar por los túneles prohibidos del templo de la pirámide de la Serpiente Emplumada de Teotihuacán es llegar a otra dimensión, asomarse al inicio de los tiempos… es entrar al Inframundo.
Tuve el honor de acceder a este espacio sagrado, que estuvo cerrado unos 1,800 años, un pasaje secreto que conecta con el templo de la pirámide de Quetzalcóatl, donde los antiguos teotihuacanos compartían su sabiduría con los antiguos mayas galácticos y conectaban con las deidades y con el Cosmos.
Tan pronto como llego a la ciudad donde los hombres se transforman en dioses, me dirijo a la pirámide y, ya en el interior, me pongo un casco de seguridad, pues pasaremos por diversos puntos donde las piedras del techo son puntiagudas. Mis guías me comentan que estaremos en presencia de gases tóxicos (que dan cáncer, razón por la cual no podemos quedarnos ahí mucho tiempo). Me piden que no toque nada porque hay muchos hongos, bacterias, microbios y quién sabe qué tantos otros organismos de cientos de años que, por el agua y la humedad, permanecen con vida. En el pasaje también han encontrado uranio y mercurio, pero me tranquilizan, argumentando que al final de la aventura me van desinfectar. Me siento como en un capítulo de los Expedientes secretos X. El corazón me empieza a latir más rápido y la emoción no me deja pensarlo mucho: siento un profundo llamado y prisa por comenzar esta nueva aventura. Me sumerjo en mi ser y empiezo a descender, por unas pequeñas escaleras, hacia el centro de la Tierra, al “ombligo del mundo”, como le dicen.
En el interior hay pinturas lumínicas que, al prender las antorchas, representaban el cielo. En estos pasajes, por debajo de la tierra, corría un pequeño arroyo que, al llegar al centro de la pirámide desde abajo, formaba un lago. Éste era el lugar sagrado de los rituales, donde se permitían conectarse con los “tres niveles”: la Región Celeste, el Plano Terrenal y el Inframundo.
Viajando al pasado con la imaginación, veríamos cómo hace unos 500 años los teotihuacanos sellaron todo el túnel para que nadie pueda entrar. Seguramente escondieron muchos de sus conocimientos ancestrales para que los españoles no los destruyeran, como lo hicieron con todo aquello que les parecía desafiar su catolicismo y sus creencias. Hace como unos seis años, el arqueólogo Sergio Gómez Chávez descubrió en la tierra este agujero de 80 centímetros y detectó que conducía a túneles. Entusiasmado, consiguió los recursos y, con un equipo de historiadores, antropólogos y físicos nucleares, emprendió el trabajo titánico de excavar con cucharas, brochas y pinceles (en estos trabajos, no se puede usar herramienta más pesada, como picos o palas, porque un descuido podría destruir objetos valiosos que estuvieran ahí enterrados). Cucharada por cucharada, lograron extraer unas mil toneladas de piedra y tierra, lo que generó un túnel de 103 metros longitud, ¡en un tiempo de seis años! El resultado fue extraordinario: lograron acceder al templo subterráneo de la gran pirámide.
Encontraron ofrendas, piezas de jade, joyas valiosas, figuras… pero, entre los descubrimientos más interesantes, destacan unas pequeñas estatuas que muestran a las mujeres mucho más grandes que los hombres. En esos tiempos, la mujer era más importante que el hombre y creemos que ocupaba los puestos más altos para dirigir, aconsejar y guiar al pueblo.
Los resultados de este trabajo arqueológico se cuentan entre los 10 descubrimientos más importantes del mundo, informó el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Sin embargo, por alguna extraña razón, ninguno de estos objetos descubiertos fue llevado al Museo de Antropología. Hubo una prohibición expresa de ello. La sorpresa es que se los van a llevar a San Francisco (Estados Unidos).
Seguiremos pendientes de próximos descubrimientos, porque nos cuentan que todavía quedan muchos misterios por resolver en este lugar y, algo fascinante, está en curso la exploración para dar con la tan buscada tumba de un rey teotihuacano.
Agradezco a los guardianes de Buen Viaje por haberme permitido vivir esta experiencia: al arqueólogo Sergio Gómez Chávez, y a Abel.
El arqueólogo Sergio Gómez Chávez, director del proyecto.