Todo empezó hace algún tiempo, cuando vi la película México Pelágico. Un grupo de amigos buzos, con varios años de inmersión y exploración en el mundo marino, atestiguan, por accidente, la indiscriminada matanza de tiburones en México. Su ser interior se sacude y, a partir de este incidente, cambian de misión: deciden investigar a fondo lo que ocurre con estos animales en nuestros mares. Así nace esta gran película, que busca comunicar un mensaje de conciencia, fomentando y respetando la conservación de estas hermosas especies que tanto el cine como la prensa amarilla tratan de mostrárnoslos como grandes asesinos.
México es uno de los seis países del mundo donde se realiza una pesca indiscriminada de tiburón. Éste es de los pocos documentales que he visto, donde muestran el problema y también la solución. El mismo equipo de buzos hizo labor de convencimiento a los pescadores, en el sentido de que pueden ganar más dinero con los tiburones vivos, en vez de matarlos por unos pocos pesos. ¿Cómo? Con ecoturismo: promoviendo el nado con ellos. Además, la película tiene una fotografía increíble y nos hace sentir la mágica vida pelágica de las profundidades del mar.
Terminado de ver esta cinta, quedé en shock. Al salir de él, decidí contactar a la fundación Pelagic Life para ver cómo podía sumarme a la causa. Ese mismo día contacto a Jorge Cervera Hauser, productor de la película y socio de la Fundación Pelagic Life. Tan pronto como nos encontramos “hicimos click”. Quedamos en que pronto me llevaría a conectar con este mundo. Al cabo de tres meses, lo llamé por otro proyecto de conservación de especies y me comentó que un grupo de ocho amigos estaba por irse, en una semana, a nadar con tiburones. “¿Te animas?” Mi corazón empezó a palpitar, porque sentí que éste sería uno de esos viajes que te pueden cambiar la vida. Así que, sin dudarlo, le dije que sí… y así empezó otro buen viaje.
Volamos de la Ciudad de México a La Paz, Baja California Sur. Al cabo de dos horas el avión se empezó a moverse un poco. Miré por la ventanilla y vi desiertos, mar, montañas, un sinfín de colores; sin duda, un lugar mágico, único en el mundo, donde convive una diversidad de especies marítimas y terrestres.
Fotografía por Martín Buen Viaje
El primer día lo aprovechamos para descansar y comprar las provisiones necesarias para la aventura. Me sintonicé interiormente para conectar con el lugar y di una vuelta por el malecón. Pronto empezó a caer el Sol. Me encontré con una serie de esculturas que se fusionan con el mar, delfines, sirenas, tortugas. Seguí caminando y me topé con un gran de libro de bronce que brillaba con los pocos rayos solares que quedaban: éste contenía un poema de la reina del Mar, que decía así:
Desde la tierra donde nace La Paz
Gobierna en silencio la Reina del Mar.
Protege su acuario —tesoro inmortal—
Su oasis marino de alga y de sal
Y acoge en sus manos al pez que vendrá.
La Reina del Mar observa pasar
Los barcos que llegan, los barcos que van,
Los besos furtivos de espuma y marea,
Y en completo silencio dicta una ley nueva:
Que nadie corrompa su mansión de ballenas,
Que nadie se atreva a envenenar sirenas,
Y que a partir de mañana recuerde la tierra
Que se repite el milagro si la vida se crea.
Mónica Gutiérrez de Kiy
Fotografía por Martín Buen Viaje
El segundo día salimos bien temprano, desde un puerto de La Paz, en una embarcación pequeña de dos motores fuera de borda. Una vez que estamos todos a bordo, nos dirigimos a la Isla del Espíritu Santo, en lugar donde los arqueólogos han encontrado evidencias de que los seres humanos pisaron ésta hace 40 mil años. Quedo impacto por la belleza y la geografía del lugar. Luego el capitán elige una ruta en el GPS, previamente grabada, y me comenta que es un lugar donde frecuentemente se avistan tiburones.
Navegamos como unas dos horas mar adentro. Es un día especialmente ventoso, con mar picado, frío. Algunos de los chicos me comentan que el mar es como una caja de chocolates… porque nunca sabes cual te toca. Al llegar al lugar señalado por el GPS, empezamos a buscar una boya previamente puesta por el equipo Pelagic, pero, al no encontrarla, me comentan que es posible que los tiburones se la hayan comido.
El capitán empieza a preparar una gran sopa 50 litros de pescado en su sangre… y lentamente comienza a “chumear”, es decir, a derramarla en el mar para atraer a los tiburones. Estos grandes animales son la única especie que no tiene depredadores. Esta condición peculiar tiene un nombre: ápex. Todos se ponen sus equipos de buceo. Noto que a un miembro del grupo le falta un dedo del pie. Mi primer pensamiento es que fue atacado por un tiburón… pero mejor no pregunto. Otro del equipo es un habitual competidor de los certámenes de ironman. Todos se ven muy pro, así que, para no ser menos, me pongo mi traje de buceo de neopreno. Me cuesta un trabajo infernal calzarlo; al observar mi batalla, alguien me presta un poco de shampoo. Ahora todo resbala más fácilmente. Me coloco las aletas, el visor, y me dicen que es esta bajada se realiza sin tanques, con una técnica llamada “apnea”. Me ponen un cinturón con plomos para descender más rápido. El problema es que, antes de esta experiencia, yo sólo una vez en mi vida he hecho snorkel… y en el Mar Caribe, que es totalmente distinto a este Mar de Cortés, abierto y más bravo. ¿Cómo voy a lograr mantener la respiración bajo el agua? No le comento esto a nadie y, desde mis adentros, le pido permiso al mar y a los seres más salvajes del mundo marino para que no me coman en mi primera exploración.
¡Todos al agua! Jorge Cervera, que es el más experimentado del grupo y miembro de la fundación, me empieza a enumerar las medidas de seguridad; me comenta que, cuando se aparezca un tiburón, no debo mostrarle miedo (¡algo que me parece imposible!) y que lo tengo que seguir siempre con la mirada. Nos zambullimos en pareja, por seguridad. Desde el principio me enfrento a algunos problemas con el visor porque constantemente le entra agua y me quita visibilidad incluso fuera del agua, por el oleaje. Ni se diga bajo la superficie. Entonces me empieza a palpitar muy fuerte el corazón. No puedo ver nada. Por los nervios, empiezo a atragantarme con el agua y, cuando decido regresar al barco, éste ya está lejos de mí, pues me ha llevado la corriente. Además, como hay algunos arponeros cerca, no quiero ser atravesado por uno. Intento calmarme, pero no lo logro.
En momentos así sólo te quedan dos opciones: la primera, la más fácil, despedirte del mundo; la segunda, la más difícil, ¡sacar tu milla extra de sobrevivencia! Estamos en el agua como unos 15 minutos (que fueron como dos horas para mí) y por fin regresamos a la embarcación. Cuanto cuento mi experiencia, me reclaman por no haberles avisado antes que aquella era la primera vez que hacía algo así.
Ahora nos dirigimos a una zona conocida como La Lobera, a una hora de distancia. Ya, por suerte, estoy más calmado. Llegando a la isla nos recibe una familia de lobos marinos. Las aguas están tranquilas, el Sol empieza a calentar y nos preparamos para la segunda inmersión. Otra vez me hablan de las medidas de seguridad, con algunas diferencias, pues estas nuevas especies que ahora veremos pueden ser de cuidado, sobre todo si vemos al macho alfa (para mí todos eran iguales). Si hace burbujas quiere decir que no le caes muy bien y te puede atacar. Un macho alfa, si se enoja, puede tener la fuerza de un perro al morder, pero además hay que considerar su una media tonelada de peso. De todos modos, decido bucear con estos hermosos animales… con las precauciones necesarias. Esta vez, la visibilidad debajo del agua es óptima y empiezo a ver muchas especies: pargo, pez ángel, mero, coconaco, pez loro, pez payaso, medusas y estrellas de mar. Los lobos marinos son muy curiosos y en esta isla ya, por suerte, están más familiarizados con los humanos. Es toda una experiencia ver parejas danzando a mi alrededor; muchos pasan a centímetros de mi cuerpo y mirándome con gran atención. Definitivamente, no me quiero ir. Ahora sí estoy disfrutando. Es impresionante la velocidad de sus movimientos, todo lo contrario a nuestros movimientos torpes y lentos. Los lobos marinos pueden vivir dentro y fuero del agua porque son mamíferos acuáticos, igual que el elefante marino, la foca y la morsa, que son sus parientes. A todos ellos se les llama pinnípedos, pues tienen cuatro patas transformadas en aletas. Se cree que hace millones de años vivieron en la tierra, hasta que un día no hubo suficiente alimento y entraron al mar a buscarlo.
Fotografía por Jorge Cervera Hauser
Fotografía por Manuel Fernandez
Fotografía por Jorge Cervera Hauser
Fotografía por Jorge Cervera Hauser
Regresamos a tierra firme sin haber visto tiburones, pero con una experiencia increíble: haber nadado con estos lobos marinos, y otra: la dureza de navegar en mar abierto. En la costa descansamos un poco para luego tomar carretera y viajar unas cuatro horas rumbo a Puerto San Carlos, un pueblo de pescadores de unos 4 mil habitantes, dentro de la Bahía de Magdalena. Cuando llegamos, estamos como trapos y, por fin, a dormir unas horas en un pequeño hotel del pueblo.
Bahía de Magdalena, es un lugar muy especial porque es el elegido por la ballena gris para aparearse y dar a luz, luego de recorrer miles de kilómetros (desde Canadá). Sus condiciones son ideales: rodeada de bahías, escasa profundidad marina, amortiguada del embate del mar abierto y, por ende, a salvo de las orcas y otros depredadores que necesitan más profundidad, éste es el lugar perfecto para tener a sus crías.
Segundo día. Navegamos en dirección de un pequeño atracadero, custodiado por cientos de gaviotas y pelícanos, donde nos espera el capitán Gabino Sarabia, viejo lobo de mar, quien forma parte del equipo de Pelagic Life. Gabino pertenece a una familia de pescadores que, durante muchos años, han organizado algunas actividades, como llevar visitantes a lugares de avistamiento de ballenas y hacerles conocer lugares mágicos en la bahía; además cultivan almejas catarina y ostiones. Como respetan el mar, éste siempre les ha dado buen sustento y abundancia. Un dato importante es que Gabino era de los que antes se dedicaban a pescar tiburones. Pero un día conoció la fundación, tomó conciencia de la situación y abandonó inmediatamente esta actividad.
Fotografía por Martín Buen Viaje
Fotografía por Martín Buen Viaje
Fotografía por Martín Buen Viaje
Ya todos a bordo, navegamos mar abierto por el Océano Pacífico unas tres horas. Gabino prepara nuevamente el barril para ir chumeando mientras avanzamos, y así atraer a los tiburones. Me comentan que ésta es zona de varias especies de tiburones, como el martillo, el azul, el maco y el silky o sedoso. A pesar de las altas expectativas… nada; otro día sin ver tiburones. El gran consuelo es que durante el viaje nos acompañan delfines y tortugas. Ya de regreso, hacemos una parada en un manglar, un lugar como las tierras de la novela de El Principito: dunas, montañas, cactus y mar. Caminar por las dunas es toda una experiencia porque, por más calor que haga, no se te queman los pies y la sensación es suave, como talco de bebé. Las dunas te van regalando paisajes diferentes dependiendo el viento que las forme. Llegando a tierra firme, nos cocinan la pesca del día y la maridamos con un rico mezcal.
Fotografía por Salvador Cababie
Tercero y último día. Esta vez decidimos ir más lejos, hacer unas cuatro horas de navegación en mar abierto. Como de costumbre, volvemos a chumear… pero tampoco en esta ocasión se asoman los tiburones. A la hora de la comida, Gabino nos prepara un sashimi con la pesca del día, y unos ostiones a las brasas (de sus propios cultivos). Comer tan fresco y en el entorno del mar es una experiencia fuera de serie para cualquier paladar.
Ya de regreso, feliz por todas las experiencias, pero un poco triste por no haber podido ver ni un solo tiburón, andaba un poco adormilado en la lancha, igual que los demás, arrullado por el golpeteo de una ola tras otra, cuando de pronto me hace brincar un grito: “¡Balleeenaaaa!”, así que me incorporo enseguida.
El ser más grande de todos los tiempos que habita nuestro planeta (sí, más que los dinosaurios), ha venido a visitarnos. ¡La majestuosa ballena azul! Su corazón es del tamaño de un vocho; su lengua, del de un elefante; en total llegan a medir más de 30 metros. Y pese a su tamaño, apareció sigilosamente, a unos 40 metros de nuestro pequeño barco, tomándonos a todos por sorpresa. Asomó su gigantesco lomo, tiró una bocanada de agua de varios metros, nos vio y luego se volvió a sumergir en las profundidades del mar. No me dio tiempo ni de sacar una foto. Son esos momentos en que te quedas paralizado… y son esas imágenes que quedan grabadas en el corazón para toda tu vida. Fue tan inesperado. Porque, además, no estamos en temporada de avistamientos y los experimentados que vienen todos los meses a Baja California aseguran que, con suerte, se te puede aparecer una al año. ¡Gracias, Guardianes del buen viaje, por escuchar el llamado! Broche de oro.
El tiburón asesino, ¿es un mito?
Jorge nos cuenta que, al año, se registran muy pocos ataques de tiburones a seres humanos; dice que el tiburón no ataca a la gente. En los pocos casos, como los de los surfistas, se trata de accidentes… porque el tiburón los confunde con focas. Me comentan que son más las muertes por caerte de la cama que por un ataque a un surfista. Como sea, si quieres tener encuentros con un tiburón, debes informarte bien y buscar gente experimentada y responsable para no terminar como una foca.
Hoy, la Fundación Pelagic Life sigue explorando los mares y las especies, pensando en diferentes soluciones para su preservación.
Más información de la fundación en:
www.pelagiclife.com
www.mexicopelagico.com