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Durango no se olvida

por Martín Buen Viaje

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Fotografía por IG:@Martin_Buen_Viaje, tomada en el Mezquital.

Estaba en la Ciudad de México (o CDMX, como le dicen ahora), en un restaurante llamado La Docena, cenando a gusto con Tomás, el creador de este mágico lugar, donde la gente llega a hacer hasta más de dos horas de cola para probar las creaciones de este joven chef. Aquí puedes probar de los mejores mariscos y carnes de la ciudad. Tan pronto llegas, el lugar te recibe con cientos de ostras frescas en la barra de la entrada y te transporta enseguida a un puerto pesquero. Entre plática y plática, a gusto con la jícara y el mezcal, Tomás me invita a realizar un viaje campestre a Durango, su ciudad natal, según me cuenta. Acepto la invitación y así empieza otro Buen Viaje.

A Durango, para ser sincero, nunca lo tuve en el radar de lugares por visitar. Es una entidad de la que poca gente habla. Porque, según descubro, pocos lo tienen entre sus destinos. La curiosidad me llama. Acomodo algunos pendientes y me organizo para descubrir este enigmático lugar, que pronto me revelará su belleza.

El vuelo resulta medio turbulento. Y es que me toca una de esas aeronaves tamaño Playmovil que, con el mínimo viento, se sacude como los avioncitos de papel que hacíamos cuando íbamos en la escuela.

Primer día: Llego al hotel que nos tenían reservado: una hacienda colonial bastante grande, llamada El Gobernador. Me cuentan que, antes en la época de Porfirio Díaz, era la morada de las personas más peligrosas del país, porque funcionaba como penitenciaría. Una de las leyendas señala que a una de aquellas habitaciones la llamaban “la celda de la muerte”, porque ahí llevaban a las personas más peligrosas y sentenciadas a muerte. Lo extraño era que, al día siguiente de su reclusión, amanecían muertas. Nadie sabía el porqué, pero corrían rumores de que ahí habitaba el diablo o algún otro ser maligno que se encarga de hacer justicia. Pero un día llegó a la celda un personaje llamado Juan sin Miedo. Injustamente, Juan había recibido la condena de muerte. Una de las varias versiones de esta leyenda cuenta que, cuando lo llevan al calabozo, él pide unas velas (entre otras cosas permitidas), así que durante toda la noche iluminó la celda para estar atento al peligro y a los malos espíritus. De repente, en algún momento de la madrugada, escucha un quisquilleo de un ser bajando por el techo a toda velocidad: un alacrán gigante, de 35 centímetros. Reaccionando hábilmente, logra matarlo con su zapato y, así, Juan se salva de la picadura mortal y consigue incluso su propia liberación. Por eso, hoy, a este sitio lo llaman “la celda de San Juan”.

Llegada la noche, nos dirigimos a un restaurante típico de la ciudad, donde nos reciben, precisamente, con alacranes, sotol, mezcal y una cena deliciosa. Somos unos 80 invitados; a mí me toca compartir mesa con el secretario de Turismo y el gobernador del estado.

Ellos me hablan de los lugares que debo conocer y me cuentan un poco de la historia de Durango. Terminando la cena, me regalan un libro hermoso, con grandes fotografías de la ciudad y sus alrededores; también un cuadro huichol hecho de estambre y otro libro llamado De cocina y tradiciones, que es un acercamiento a la geografía histórica del sabor duranguense, escrito por el investigador e historiador Miguel Vallebueno Garcinava (un señor divino a quien tuve el honor de conocer esa noche). Miguel me habla de los lugares sagrados de la región y me pide que no concluya mi viaje sin haberlos visitado.

Segundo día: Pasan por nosotros, al lobby del hotel, miembros del equipo de la revista Hoja Santa, único medio especializado en gastronomía invitado para cubrir este viaje. También nos acompañan unos diez chefs de distintos puntos del país, todos ellos muy reconocidos por su trayectoria. Nos dirigimos a un rancho de campo libre especializado en carne Wagyu, (“Wa” significa “japonés”, y Gyu es “vaca”; Wagyu = vaca japonesa). Es la más cotizada de México y la que prefieren chefs como Eduardo García (de Máximo Bistrot), Elena Reygadas (de Rosetta) y Tomás Bermúdez (de La Docena). El traslado dura como unas tres horas, y se atraviesan unos paisajes de montañas, agaves y cerros. Parecen los escenarios de película de El Señor de los Anillos. Además, tenemos la suerte de que nos toque una nevada durante el camino. Hacemos una primera parada para conocer al semental: un toro de una tonelada, un animal que nació por transferencia de embrión (con la genética Wagyu Fullblood) con el fin de procrear más Wagyu en México tanto Fullblood como Cross (cruza que De Campo Libre hace principalmente con la raza Angus). Con el debido respeto, nos acercamos un poco para contemplar este maravilloso ejemplar.

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Fotografía por IG:@martin_buen_viaje, tomada en el espinazo del Diablo.

Luego seguimos el recorrido. Hacemos una segunda parada en un campo repleto de agaves cenizos, donde me prestan un caballo para hacer mejor el recorrido. Cabalgar en estos paisajes y con nieve es una experiencia mágica para quien no está acostumbrado a este fenómeno meteorológico y, sobre todo, en este tipo de lugares. Terminando la cabalgata, nos llevan al sitio donde se realizará la comida.

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Fotografía por Diego Grave, tomada en el Mezquital.

Ahí nos está esperando un delicioso manjar: un asado a cargo del gran chef Dante Ferrero, acompañado por un grupo de huicholes que nos dan la bienvenida cantando con sus instrumentos típicos y sus canciones tradicionales. También vemos una “vinata” de mezcal (así le dicen por acá a los palenques rústicos tradicionales); todo acompañado de una fina nevada.

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Fotografía por IG:@martin_buen_viaje, tomada en el Mezquital.

De regreso a la cuidad de Durango, todos dormimos o dormitamos en las camionetas, recuperando fuerza tras el largo día y la comida deliciosa, la cabalgata y un magnífico mezcal de puntas, de unos 70 grados. Después de un par de horas de carretera, cuando ya es de noche y pensamos que nos van a dejar el hotel ya para agarrar cama firme y descansar, el convoy para en un lugar perdido en medio de la nada, donde un cartel ostenta un: “Bienvenidos al Lejano Oeste”. Durango tiene fama internacional, porque en estas zonas se filmaron varios de los filmes western más importantes de Hollywood. El conocido actor John Wayne, luego de filmar varias películas del oeste, se compró aquí una hacienda para vivir por temporadas. El cartel no miente: inesperadamente nos encontramos rodeados de indios, el sheriff y algunos locos malhechores. En ese inesperado pueblo no falta el típico callejón, la comisaría, la iglesia, la cárcel y el bar (o saloon). Claro, todos los “habitantes” son dobles de cine y nos invitan a ser parte de un show para sentir cómo se producía este tipo de películas en aquellos tiempos. Así que aprovechamos la ocasión para tomarnos unos pulques, agarrar un poco de valor para la actuación y, por unos minutos, sentirnos unos tipos rudos. Eso sí, nos hacen repetir las tomas unas mil veces.

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Tercer día: Nos vamos para Mexiquillo. Tardamos varias horas en salir porque las carreteras están cerradas… por la nieve. Ahora sí, está todo tan nevado que parece que estamos en los Alpes suizos. Otro hermoso regalo de la naturaleza. Es impresionante que, con un sólo día de nevada, todo pueda estar tan cubierto por ese grueso manto blanco. Inevitable: nos dedicamos a sacar fotografías, ya que son experiencias que a los mexicanos nos tocan muy pocas veces en la vida. Después de unas dos horas, llegamos a un lugar irreal, donde nos cuesta distinguir la ficción de lo tangible. El sitio se llama El espinazo del diablo, un enclave muy extraño, por las formaciones de las rocas y los caminos laberínticos que se formaron hace miles de años por la erosión de la lava de los volcanes activos en esa época. Además, todo está rodeado de cascadas, quebradas y arroyos, un lugar que te transporta a otra dimensión a otro planeta, decretado Patrimonio de la Humanidad. El mito del origen de esta zona cuenta que hace miles de años ocurrió una pelea colosal entre el arcángel San Miguel y el diablo. El primero venció, dejando al segundo en posición de cuclillas y, con el paso del tiempo, el polvo de los siglos lo petrificó, formando así la columna vertebral o, en términos populares, el espinazo del diablo. Explorar este sitio tan mágico resulta una experiencia inolvidable. Al final del recorrido, en la hora mágica, porque es cuando el Sol y la Luna se abrazan, los chefs nos esperan en la montaña con otro delicioso asado y así se cierra con broche de oro este otro espectacular Buen Viaje.

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Fotografía por IG:@martin_buen_viaje, tomada en el espinazo del Diablo.

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Fotografía por IG:@martin_buen_viaje, tomada en el espinazo del Diablo.

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Fotografía por IG:@martin_buen_viaje, tomada en el espinazo del Diablo.

Agradezco a los anfitriones, Tomás Bermúdez (de La Docena), a todo el equipo de la revista Hoja Santa, a Paola Mares (de Campo Libre) y la Secretaría de Turismo por este Buen Viaje.

 

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