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Siete Luminarias.

por Martín Buen Viaje

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De repente suena el teléfono… Atiendo. Es una chica a quien sólo he visto una vez en la vida, en un encuentro muy especial, descubriendo los accesos del inframundo de la mano del grande y querido guardián del Bosque de Chapultepec, don Antonio Velasco Piña, y un chico índigo llamado Matías De Stefano; pero esa es otra historia que pronto contaré. En el llamado, me dice que Gaya, la madre cósmica, me escogió para emprender una misión muy especial en un zona de siete volcanes de la que nunca había oído hablar: “Las siete luminarias”, localizada en Valle de Santiago, Guanajuato. Sin dudarlo, mi cuerpo responde: “¡Sí!”… y así empieza una nueva aventura.

Antes de viajar, me conecto con la fuente y con el ser de los volcanes. Capto que es una zona de avistamientos de ovnis y que debajo del cerro Culiacán se encuentra la mítica entrada a Agartha, la ciudad de Quetzalcóatl. Mientras preparo mi partida, sucede un acto de sincronía y me encuentro con un amigo que me cuenta que, en los 80, ocurrió ahí un fenómeno sorprendente: se produjeron hortalizas gigantes. Investigo y, en efecto, hace tres décadas, el campesino José Carmen García Martínez logró cosechar acelgas, coles y otras verduras de enormes dimensiones en un suceso insólito que colocó al Valle de Santiago en el radar internacional.

Los productos agrícolas de García rebasaron en tamaño lo que habitualmente dan las tierras de la región: acelgas tan grandes como una persona (casi 1.78 metros), coles y coliflores que apenas podían cargarse entre varios campesinos, rábanos de cerca de 40 kilos, nabos y lechugas gigantes.

Asegura que, en estado de trance, preguntó a los mayas la manera de hacer más productiva su parcela, y los espíritus compartieron con él esta fórmula (que ahora él rehúsa compartir, no por mezquindad sino porque, en la era actual, la del Quinto Sol, su uso sólo haría más grandes a los poderosos).

Los mayas le han dicho que “no abuse de estos conocimientos, porque las enseñanzas que ellos me han dado son para hacer el bien”, afirma el campesino, quien, desde hace años, colabora en las universidades de Chapingo, en Puebla, y Autónoma de Querétaro, en el centro de México, y con distintos especialistas en agronomía de Marruecos, Francia y Sudamérica.

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Llega al fin el día tan esperado: ya listo con mochila, tienda de campaña, bolsa de dormir, luces… y el mezcal Buen Viaje.

En aquella llamada telefónica, me explicaron poco de la misión, que tenía que ver con conexiones cósmicas para fomentar un cambio planetario y que en aquellos volcanes se iba a librar una gran batalla entre Dragones. Sí, leíste bien, como un capítulo de Game of Thrones. Los Dragones, para quien quiera creer, son seres que habitan en otra dimensión, (nosotros nos hallamos en la tercera dimensión). Otra instrucción recibida: me piden que lleve conmigo a tres amigos de mucha confianza, que estén en la misma frecuencia. Así que les aviso a Euge, Óscar y Guille, grandes amigos los tres y, además, guerreros y apasionados de este tipo de viajes. Ellos también aceptaron de inmediato, sin pensarlo.

El invocador de dragones

Ilustración por Ciruelo Cabral.

Tomamos carretera rumbo a Guanajuato. Llegando a la ciudad capital del estado, nos reunimos con el resto del grupo. Nos presentan y nos explican más detalles. Se habla de “los siete elegidos”, cada uno con la misión de proteger uno de los volcanes y apoyado por tres amigos guerreros que lo ayudarán a mantenerse despierto toda la noche. La misión consiste en activar unas llaves sagradas, todos a la misma hora, para lograr la trasmutación de los Dragones Imperiales en Dragones Dorados y, así, recibir una nueva y mejor energía de consciencia planetaria.

Todo suena muy bien pero el problema es que yo padezco de narcolepsia, es decir, me quedo dormido súbitamente, en cualquier lugar y a cualquier hora. Para enfrentar este mal, empiezo a tomar mate y mezcal desde el momento mismo en que se me informa que debo velar hasta que salga el Sol. A cada grupo se le entrega un cuarzo con placas de madera grabadas con símbolos de geometría sagrada. Éste deberá enterrarse a una hora y en un lugar precisos, supuestamente donde está el corazón de cada volcán.

Nidia fue la niña del llamado y Bricia la líder que canalizo esta misión. Al terminar de darnos todas las instrucciones y coordenadas, todo el grupo participa en un ritual con la jícara de mezcal para pedir permiso al espíritu de los volcanes y también a los guardianes del Buen Viaje, con objeto de que nos protejan en el camino. Abrazo de grupo y listos para la acción.

El primer paso es visitar a Óscar Arredondo, uno de los guardianes de este mítico lugar. Óscar es un personaje como sacado de un cuento de ficción. Nos cuenta mil y una historias de extraterrestres y seres avanzados que protegen estas tierras desde tiempos remotos.

 

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Todavía estamos a dos horas de la zona de volcanes, y nuestra preocupación crece con cada contratiempo. Llegamos a temer que fracase la misión porque la noche es inminente y en el lugar ya no hay señal de celular. Los caminos de tierra y casi sin señalización dificultan la marcha: a un grupo se le poncha un neumático del vehículo, otro se pierde. Sin embargo, una fuerza mayor hace que cada elegido y su equipo llegue al volcán que le toca justo a la hora correcta. A nuestro equipo corresponde activar dos volcanes: uno para que los seres de las Intraterrenas trabajen, y el otro para sostener físicamente el anclaje. En este segundo instalamos nuestro campamento.

Los volcanes están inactivos pero, de cualquier forma, meternos en ellos es toda una experiencia: algunos, con cenizas blancas, parecen un paisaje de otro planeta. Conforme cae la noche, el cielo se estrella y, con la bendición de una Luna llena gigante, se ilumina todo el escenario volcánico. Hace muchísimo frío, así que tomamos unos tragos de mezcal de puntas de 70 grados para entrar en calor; hacemos un fuego y montamos la tienda de campaña para echar sólo una pequeña siesta que nos ayudará a mantenernos despiertos y, sobre todo, de pie toda la noche. Aunque incomunicados, sabemos que los demás miembros de la misión están viviendo la misma situación en cada volcán. Con esa certeza, llega la hora de enterrar los símbolos. Justo a medianoche y con las instrucciones de decir unas palabras clave en un lenguaje antiguo desconocido, procedemos. Cada quién, de acuerdo con su sensibilidad o conexión con la fuente, empieza a sentir y a ver diferentes cosas.

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Al reunirnos de nuevo, al día siguiente, cunden los testimonios: algunos dicen que sintieron la energía del Dragón Dorado; otros, al momento de activar unicornios (esos seres mitológicos que hacen polaridad con los dragones), vieron bajar del cerro caballos que se pararon frente a ellos en enigmático saludo y siguieron su carrera… Otros más sintieron gran energía en la columna vertebral; algunos se desmayaron, unos más tuvieron avistamientos. Hubo también quienes no sintieron nada, pero disfrutaron al máximo la noche en este lugar mágico.

En mi equipo vimos figuras extrañas en el fuego y algunos sonidos que no supimos interpretar. También atisbamos estrellas fugaces y alguna que otra luz moviéndose en el inmenso universo. Pasaron así esas seis horas; y como si nada: ningún cansancio. Ni siquiera recordé mi narcolepsia.

Luego, cuando el Sol dorado empieza a pintar el cielo como el mismo oro, sentimos, agradecidos, su calor y eso nos da energías para regresar y juntarnos con el resto del grupo. Y cada cual, a compartir su buen viaje.

Misión cumplida.

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