Fotografía por IG:martin_buen_viaje
Pocas cosas en el mundo he conocido que lleven consigo tanta historia milenaria, que sean tan complejas… y que se sigan haciendo a mano, como el habano.
El habano, o las hojas cohibas (como llamaban antiguamente los sabios indios taínos a este tipo de tabaco), se consume desde hace más de 3 mil años. Se fumaba en ceremonias sagradas, para conectar con las deidades y experimentar visiones. Algo semejante pasaba con el mezcal, otros tabacos, el cacao y el café.
Tuve la bendición, sin saberlo, de conocer la tierra donde se siembran las plantas de tabaco negro más valoradas del mundo. Está en un lugar llamado Valle de Viñales, en la provincia de Pinar del Río, Cuba, declarado Paisaje Cultural de la Humanidad. Ahí se han encontrado también fósiles de dinosaurios.
Me conseguí una bici para poder perderme por esas montañas mágicas y así fue como conocí a estos agricultores, torcedores, artesanos alquimistas que, con técnicas ancestrales, se encargan de sembrar las hojas, cortarlas, secarlas y, por último, fermentarlas. Este trabajo, de principio a fin, se hace a mano y con muchos cuidados diarios, hoja por hoja. Todo el proceso puede tardar de nueve meses a un año. El 90% de la producción se vende al gobierno de la isla.
El gobierno, luego, vende las hojas a diferentes marcas, como Cohiba, Montecristo, Romeo y Julieta, y otras. Cada firma tiene un grupo de empleadas (mujeres todas) encargadas de seleccionar las mejores hojas. A continuación, los torcedores reciben esa excelente materia prima y le dan su forma definitiva como habanos.
Fumarme un habano recién hecho, después de respirar en este valle y sentir cuál es su naturaleza y razón de ser, fue para mí una nueva experiencia transformadora.
Fotografía por martin_buen_viaje
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